sábado, 12 de julio de 2008

Devenir araña, segunda versión

Este texto nace de la lectura del escrito de Iván Domingo Cuerpos dispersos y objetos de sensación. Reflexiones lógicas en torno a “Tríptico Mayo-Junio (1973)” de Francis Bacon; comienza en ese lugar y en ese momento de lectura. Escribió Derrida que la escritura es condición de toda episteme, que es en la escritura (de otro texto) en donde reside el sentido de un texto. Lo que sigue no se debe leer más que si se conoce aquél, porque, en parte, es una glosa.


Iba a empezar diciendo que el texto de Domingo me ha hecho pensar, pero la verdad es que me ha hecho escribir, o pensar escribiendo, en las relaciones entre singularidad y abstracción. En su fábula del Tratado del mundo Descartes quiso conquistar un espacio y diseñar novelísticamente (Mundus est fabula) un universo desde el origen. Ahí se dio a la confusión entre ciencia y arte del relato para provocar la ira de Newton que le replicó que él, por su parte, no inventaba historias (hypotheses non fingo). Domingo escribe: «¿Cuál es la forma de “creer” del arte? Como dice Heidegger en pocas palabras: “Conquistar el espacio”. Pero, como sigue diciendo, eso también lo hacen las ciencias, conquistar el espacio. Se trata de un conquistar el espacio donde “respiramos”, a la manera del arte, y, como vemos aquí, mediante una obra-mundo diferente a por ejemplo los “resultados” de una ciencia. Es rediseñar plásticamente el mundo desde el principio, desde el origen, como en los mitos. ¿Dónde está el origen?»


El cuadro dice de Dyer te de fabula narratur, que quiere decir: la historia habla de ti, tú sales en el cuento. En otro plano, lo que dice el ponente (a nosotros, la audiencia o los lectores) es "os contaré una historia"; dice lo mismo que Descartes en su El mundo o tratado de la luz, y lo que diga en ella será verdad en el mundo de la fábula. Bacon, por su parte, dice a Dyer "te contaré (en) una historia", pero no te narraré sino que te exhibiré en la imagen singular de un cuerpo retorcido, una mezcla de sólido, de fluido, de fantasma sin materia o, tal vez, ninguna de esas cosas; ni figura ni abstracción. Conquistaré con tu cuerpo el espacio exterior al dolor que me provocará tu inexistencia. La fábula es una singularidad, un punto del espacio donde las leyes de la patafísica obedecen la lógica del mundo del artista. ¿Cómo interpretar una singularidad? El mundo de fábula de Descartes tiene leyes defectuosas si las queremos hacer funcionar en el mundo de afuera, pero en la fábula quedan bien, no chirrían sino que resuenan y se convierten en notas y contrapuntos de singularidad donde el espacio está conquistado de antemano y no hay espacio exterior a la fábula, no hay fuera del texto, que es precisamente lo que Newton no tolera. Los principios matemáticos lo que quieren demostrar es que SÍ hay fuera del texto, que el modelo axiomático tiene su correspondiente hipótesis física, que no es una fábula fingida.

No sé porqué el Badiou de Domingo, cuyos textos no conozco absolutamente, excepto el fragmento que él ha puesto como marco de su fábula-cuadro (caigo ahora en otro cuadro-fábula: Las hilanderas o fábula de Aracne de Velázquez, donde mundos, hipótesis, fábulas, fingimientos (el poeta es un fingidor), espacios, planos se presentan frente al que mira de manera entretejida) me ha hecho pensar en Descartes y en Newton, en fábulas y mundos, para terminar en la araña de Velázquez. "Aracne-Descartes tejió un tapiz en el que se representaban los amores de los dioses del olimpo, lo cual encolerizó a Minerva-Newton hasta el punto que lo hizo pedazos. Aracne-Dyer, abrumada por la ira de Minerva-Newton, se ahorcó, pero fue salvada de la muerte por la diosa-Bacon, que la convirtió en una araña que hila y teje sus telarañas." El castigo del Amo del sistema del mundo contra el tejedor-fingidor de mundos-fábula (tejido=textus). «Bacon en el cuadro pinta-elige la vida, pero una vida peculiar, una vida de lo artístico-mítico, la de la sombra-erinnia, eligiéndolo transforma la elección mortal en «elección vital», «comprendiendo» así el suicidio. Bacon pinta la paradoja de que la muerte como verdad de la situación real que se dio, comporte creación de un cuerpo, el de la sombra, aunque «erróneo», escribe Domingo.

Sabemos lo mucho que trabajó Bacon con Velázquez. La fábula de Aracne conquista el espacio en dos planos. Las hilanderas trabajan en el primer plano, son dos y parecen competir en maestría asistidas por otras dos. En el fondo, el tapiz del rapto de Europa por Zeus, padre de Minerva, tejido por Aracne y la propia Minerva con casco y lanza en actitud de castigarla. Pero hay una ambigüedad, una inconsistencia en este plano, parece que Minerva y Aracne estuvieran también dentro del tapiz, o dentro y fuera a la vez. No sabemos cuántos mundos estamos contemplando pero aquí pasa lo que pasa con los mundos de Dyer y que Domingo nos sintetiza en frase arrebatadora: «Siempre es peligroso extraerse de mundos, ser extraído de ellos, o sacarse de ellos voluntariamente, etc., los pasos entre mundos, o el estar-entre, o incluso meramente el digamos “no estar en nada” que conllevan.». Los pasos entre mundos, estar entre, el espacio de la excepción, la zona de indiferencia en que el homo sacer puede ser matado sin celebrar sacrificio, sin rito alguno. Saltarse el rito de paso, quedar atrapado en la zona de indiferencia. Aquí hay, en el cuadro de Velázquez, una ficción peligrosa, una ficción que atraviesa mundos y planos. Aracne convertida en araña, como Dyer muerto sobre la taza del wáter. Aracne por inventar no, sino por representar fábulas insultantes para el padre de Minerva, la diosa de la razón y de la rueca. Dyer por no saberlo hacer, por escapar de la mano de Bacon del mundo del ladrón para venir al mundo del artista sin poder devenir artista. El peligro que conjura Bacon con su hacer devenir a Dyer araña. Devenir araña. Muerte, metamorfosis, mutación en la forma. Mundos y mutaciones; mundo del ladrón, mundo del artista, mundo del cuadro… una transacción continua de mutaciones. Tal vez sea vulgar hablar de transferencias entre el plano de lo real y el de la ficción. Lo que tenemos es el mundo de los dioses, el de los artistas, el de los ladrones. Y un pesar en la conciencia de Dyer. No-devenir pintor, devenir pintura, devenir araña.

Hay algo más barroco aún que la dramaturgia, la metáfora del theatrum mundi, ese algo es mostrar la tramoya, el mecanismo, el entre-bastidores de la obra, el montaje. El paso entre mundos. El gran teatro del mundo sí, pero un teatro de la confusión parece anunciarnos Velázquez desde Las Meninas o Las Hilanderas. ¿Estamos dentro o fuera?, ¿en la acción o en la contemplación?, ¿en el drama o en la vida? o, tal vez, ¿en la zona de indiferencia entre mundos, en el entre mismo, en ese lugar peligroso donde uno no está en ningún lugar? Aracne o el propio Velázquez no están ni dentro ni fuera del cuadro, ni en la realidad ni en la ficción. Están en la pintura. En un paso entre mundos. Un desfiladero de las imágenes.


¿Dónde se encuentra el que está entre bastidores, el tramoyista, el apuntador? La ironía tiene que ver con esto. Velázquez va más allá, tal vez llega a dónde no ha llegado nadie antes. No se limita al tema, tan caro al barroco, del engaño, de las apariencias, de la hipocresía, de la representación, de la mentira fingida, la máscara: finge el fingir o, como dijo Foucault en 1966, representa la representación afirmando ser ese el lugar de la pintura. Ser pintura, devenir pintura, devenir pintor. Cuando los pintores se retrataban pintando, colocaban un espejo en alguna parte para constituirse en modelos de sí mismos. En Las Meninas Velázquez se coloca en el centro de la tramoya, a un lado el lienzo, al otro los curiosos, al fondo una figura que sale, detrás de él, alejado, un espejo. Ese espejito es el lugar que el pintor ha reservado al Rey. ¡Máximo gesto de vanidad, el pintor delante del Rey! Atrae a los otros al mundo de la pintura. Extrae al Rey del mundo de la corte y lo trae al mundo de la pintura (¡pero de qué manera¡), como Bacon hace con el ladrón impenitente que no puede devenir artista.

(En) el lugar del Rey. Este lugar es el espejo y en el lugar del rey y en lugar del Rey, nosotros, la nación, la corte, la familia, el séquito, los ministros, da igual. Una vez democratizada la exhibición del cuadro, en el Museo del Prado, también el pueblo se pone en (el) lugar del Rey. Es de creer, sin embargo, que en su época en dicho lugar se colocaban cortesanos y, como mucho, bufones. Nos encontramos en lugar de su objeto, de su modelo, ¿qué pretende Velázquez colocando al espectador en el lugar del soberano? En la época en que pintó el cuadro el espectador no iba a ser el pueblo. No podemos interpretar políticamente este gesto. El espectador para Velázquez no es más que eso, el mirón, el espectador. Si hay un soberano es el que mira la tela, sea quien sea. La mirada es soberana y esa soberanía emana de las imágenes, de la pintura. Nadie piensa sin fantasma. La soberanía de la representación barroca se realiza a través de la imagen. Espejo, fantasma, psique, aparición. El poder de representar se funda en lo ligero, lo soft. Interpreta Santo Tomás de Aquino la frase de Aristóteles como que el conocimiento depende de lo inmaterial. Lo inmaterial son las imágenes. «De todos modos y en todos sus estados, la pintura es pensamiento: la visión es mediante el pensamiento, y el ojo piensa, más aún de lo que escucha.» (Deleuze-Guattari).


¿Existe una condena del soberano en el hecho de ser su imagen una copia de una copia de una copia, en el hecho de haber sido representado en el centro pero en extremo grado de precariedad, en palabras de Foucault, «lo más cerca posible de lo esencial, el espejo que muestra lo que es representado, pero como un reflejo tan lejano, tan hundido en el espacio irreal, tan extraño a todas las miradas que se vuelven hacia otra parte, que no es más que la duplicación más débil de la representación.»? Recordemos a Platón. El pintor finge copias de copias de copias. Por esto el lugar en el que Velazquez ha colocado al Rey es el lugar de la copia peor. Si la representación de un cuerpo sensible es la copia de una copia, ¿qué no será la representación del reflejo de un cuerpo sensible en un borroso y lejano espejo? Fingimiento de un fingimiento de un fingimiento… la pintura misma.

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