martes, 4 de septiembre de 2012

Rescatar a la memoria del pasado y del recuerdo



"Hay que rescatar a la memoria y al tiempo perdido del pasado y del recuerdo. El tiempo perdido no ha pasado ni se ha vivido, es por ello que no hay que ir a buscarlo en el recuerdo, y es por ello también que este tiempo perdido no apunta en ningún caso a ningún lugar que no sea el futuro. No estamos diciendo nada que ningún lector familiarizado con Proust no sepa, ni siquiera nada que un autor como Gilles Deleuze no haya aclarado ni expuesto en su prodigioso librito sobre A la búsqueda del tiempo perdido. El tiempo perdido no se recuenta, ni se repasa, ni se organiza. Ni se agolpa en la conciencia después de morder una magdalena como las que solíamos comer siendo niños; ni al percibir repentinamente un perfume o al oir una canción que nos devuelve ciertos momentos vividos en un tiempo. Todo eso no es más que pasado, todo eso no es más que recordar; es, quizá, la más trivial de las actividades de la facultad de la memoria. El recuerdo es algo que se ha vivido y que yace muerto, por muy hermosas que sean las palabras que puedan inspirarnos, a  nosotros o a los poetas, en la edad madura, esas escenas de infancia, de familia, de un amor perdido. Valga la paradoja, el pasado está presente como un cadáver, se vivió, se experimentó; hay un cierto tono de momificación o egipticismo (permítaseme usar la palabra inventada por Nietzsche) en los verbos que aspiran a definir el recuerdo: conservar, guardar, mantener, fijar, grabar, incrustar... Los recuerdos son como esas palabras grabadas en una lápida, incrustadas en piedra. Tal vez sea necesario mantener nuestra experiencia a salvo de todo recuerdo si queremos que el tiempo perdido siga siendo un devenir creador."

Un fragmento de artículo que publiqué en el número 11 de Shangrila. Textos a parte. El resto se puede leer aquí. Comienza en la pág. 133.