martes, 3 de julio de 2007

Thoré-Bürger: el hombre que inventó a Vermeer, 1

Étienne Joseph Théophile Thoré fue un abogado de formación, periodista, crítico de arte y hombre de acción nacido en La Flêche en 1807 y muerto en París sesenta y dos años después. Afecto al movimiento demócrata republicano, participó en las dos revoluciones de su tiempo: la mañana en que triunfó la de 1848 (de la que había sido uno de los más fervientes publicistas) le fue ofrecida la Dirección de Bellas Artes por el Gobierno Revolucionario, ofrecimiento que rechazó para dedicarse a la redacción del periódico La verdadera república, que él mismo había fundado. Fracasada la Revolución, es condenado en mayo de 1849 por sus actividades insurgentes, viéndose obligado a exiliarse en Bruselas. En esta época adopta el pseudónimo William Bürger (Ciudadano Willian). El lugar de privilegio que ocupa en la historia de la crítica de arte se lo debe a los tres artículos que publicó, entre los meses de octubre y diciembre de 1866, en la Gazette des Beaux Arts bajo el título genérico de «Van der Meer de Delft». Allí rinde cuentas de una investigación que ha durado más de 20 años, ha recorrido los Países Bajos, Alemania, Inglaterra... visitando galerías, museos, colecciones privadas, consultado archivos, bibliotecas, testimonios... logrando rescatar al fin de un inexplicable olvido de más de dos siglos al autor de la Vista de Delft.


Por un arte republicano y realista

Como crítico, Thoré-Bürger deploraba la pintura barroca francesa considerándola un arte aristocrático demasiado dependiente de los modelos italianos, así como el academicismo del Segundo Imperio, en favor de naturalistas como Courbet (otro revolucionario cómo él, cuya pintura adoraba), Millet, o los impresionistas Monet, Manet y Renoir. Pero su gran pasión fue la pintura holandesa, en particular la del periodo republicano, considerada por él el cenit del arte de los Países Pajos. De Hooch, Hals, Fabritius, Steen, Metsu o Vermeer habrían renunciando a las escenas religiosas o a la narración de grandes sucesos históricos haciendo protagonistas de sus telas a las simples virtudes ciudadanas, inaugurando así un arte para el pueblo. Heredero de Diderot en materia de Crítica de arte, quien ya había defendido el naciente realismo de los paisajistas franceses, denuncia la enseñanza prodigada en las academias, antros aislados y cerrados al mundo, donde se marchita la creatividad y donde se enseñan «viejas formas extrañas a la vida».

Si preconiza un rol especial para el arte, es fundamentalmente por su dimensión moral: «El arte tiene por objeto la belleza y no la idea. Aunque, a partir de la belleza, el arte debe hacernos amar lo que es verdadero y justo, lo que resulta ser fecundo para el desarrollo del hombre. [...] Un retrato, un paisaje, una escena de género pueden servir a este resultado tanto como una imagen heroica o alegórica. Todo lo que expresa de una manera bien sentida un carácter profundo del hombre o de la naturaleza encierra el Ideal, por que provoca la reflexión sobre puntos esenciales de nuestra vida.» De esta forma rechaza el primado del sujeto en el cuadro: «el sujeto no importa demasiado, por mucho que revele algún elemento significativo o simpático.» Sus reflexiones le conducen a la defensa de un arte realista: «nos parece que un arte entreverado de humanidad podría en adelante reemplazar las antiguallas y las mitologerías. Yo no quiero más ninfas en los arroyos, ni hidríadas en las fuentes, nada de sirenas en el Sena, tan sólo los barqueros en blusa de franela bajo el cielo azul. Bah! ¿Y si se pintara lo que se ve respetuosa y honestamente?» La obra de Millet y Courbet, cuya originalidad tienta «a aquellos que se ocupan en contemplar una naturaleza abandonada por idealidades vagas y falaces», le ofrece el ejemplo de un arte que descubre «nuevas imágenes, enérgicas y vivaces.»[1]


Coleccionista, asesor y experto

«"Mi manía pictórica se relaciona básicamente con las obras que me han ayudado en mis estudios históricos. He reunido algunas pinturas que son interesantes desde este punto de vista, y terminaré por reunir una gallería un tanto inusual de cosas de aquí y de allí." Es lo que escribió Thoré un año después de su retorno de un exilio de diez. De vuelta en París, Bürger recupera pronto su antiguo papel como crítico de arte con una serie polémica de reseñas de los Salones, mientras continúa con sus estudios históricos y sus publicaciones, así como su enérgico coleccionismo, hasta su muerte en 1869.

Durante esta década también jugó un papel fundamental en el mercado del arte, haciéndose indispensable para muchos coleccionistas como asesor y negociador, como crítico e historiador del arte. Consultado por directores de museos, coleccionistas, marchantes, críticos, historiadores y artistas, tuvo una duradera y significante influencia en las formas en que el arte del pasado (y el de su época) fue visto, valorado e interpretado.

Bürger no tenía él mismo la capacidad financiera como para adquirir pinturas u otros objetos de arte en la misma escala en que podían hacerlo los mayores coleccionistas de Europa, algunos de los cuales habían solicitado sus servicios. No obstante, su colección, estructurada a partir de sus investigaciones y su tenaz búsqueda de las obras sobre las que escribía, pronto se desarrolló hasta convertirse en mucho más que la consabida “galería un tanto inusual de cosas de aquí y de allí”.

Muchas de las pinturas que una vez pertenecieron a Thoré-Bürger terminaron, como él había deseado, en algunas de las más importantes “galerías” -la mayoría en grandes colecciones públicas y privadas; las demás en lugares menos celebrados pero respetables. El paradero de muchas de ellas ya era, no obstante, desconocido alrededor de 1867, época en la que escribió su bien informado y animado capítulo acerca de las colecciones privadas de París para la guía que se iba a publicar coincidiendo con la Exposición Universal. Bürger incluyó su propia colección, aunque agrupándola entre las más modestas junto a las de otros autores que contribuyeron a la guía: "El mismo W. Bürger posee numerosas pinturas, la mayoría de artistas holandeses, y naturalmente él las considera las más bellas del mundo; déjenme decirles que atesora algunas rarezas interesantes para la historia de las Escuelas del Norte, entre otros, su van der Meer de Delft, su Fabritius, Metsu, Pieter de Hooch, Jan Steen, Hals, de Keyser, Rubens y Jordaens; y algunos artistas modernos: Eugène Delacroix, Théodore Rousseau, Jules Dupré, Diaz, Courbet, etc." A continuación añade que estas "simples colecciones de artistas y escritores" tan sólo son localizaciones temporales para pinturas destinadas a galerías más importantes»[2].




[1] Fuente, Encyclopedie de L’Agora, “Dossier Theophile Thoré”. Las traducciones son mías.

[2] Frances Suzman Jowell, "Thoré-Bürger's art collection: "a rather unusual gallery of bric-à-brac", en Simiolus: Netherlands quarterly for the history of art, vol.30, 2003 no. 1/2, pp.54-55. La traducción es mía.

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