sábado, 5 de mayo de 2007

El Otro entre el tiempo y el instante, 4

Proust

El autor de Á la recherche du temps perdu dejó un conjunto de textos desperdigados a lo largo de sus libros en los que queda patente su admiración por Vermeer, se puede decir que es el más célebre crítico informal del artista holandés. Su famosa declaración sobre la Vista de Delft y la visita al Jeu de Pomme estando ya muy enfermo para admirarla, cuya narración incluiría en la parte final del ciclo, son hoy lugares comunes de la crítica vermeeriana. Ahora la pregunta es si tal admiración fue puramente ociosa, recreativa o si dejó huella en la concepción proustiana de las artes en general y de su arte narrativo en particular.

Empezamos solicitando el auxilio de un especialista en Vermeer: «Proust pensaba que el arte de los holandeses y el suyo tenían puntos de contacto [...] pues ambos, Vermeer y Proust, se centran en la construcción de ese sujeto que mira, que observa y que, al mirar, crea una realidad tan cambiante y fugaz como permanente.»[12]. Esta opinión, con ser legítima, no acaba de tocar el nervio del asunto. Ese mirar común a ambos artistas tiene un sentido mucho más profundo, más hondamente constitutivo de sus poéticas que el mero crear una realidad fugaz; al contrario, lo que esa mirada consigue es penetrar en una realidad desconocida a través de aquellos instantes fugaces[13]. El sujeto se inserta en esa fugacidad para penetrar así en la pureza de lo no sentido y no pensado nunca antes, no necesita crear sino servirse de lo siempre fluyente para salir a la materia que se conserva almacenada en la memoria inconsciente, que no será lo olvidado, sino lo nunca antes experimentado y, como tal, nunca antes representado. La conexión entre ambos autores no es, ni mucho menos, de superficie. Leamos un segundo testimonio, más incisivo, ahora de un especialista en Proust: «La elección de Vermeer como tema, uno de los pintores favoritos de Proust, no es en absoluto arbitraria. Vermeer era un hombre enigmático, cuya vida se ha prestado a toda clase de interpretaciones en la historia del arte, y era un pintor de interiores, de momentos de intimidad, de personajes captados en su silencio y en su secreto. En otras palabras, era un pintor del tiempo detenido y de la memoria, como Marcel Proust.»[14]. En esa ojeada que por azar se pasea por el interior de un pequeño cuarto, que como fruto de la absoluta contingencia capta ese instante de intimidad, ese segundo de secreto para el cual no estuvo destinada jamás; esa mirada, afortunada o no, es la llave hacía lo nunca sentido y, aun así, tan presente y tan deseado. Contar lo nunca visto pero que siempre estuvo ahí, eso a lo que no puede acceder la libre voluntad porque tiene que respetar unas severas y rígidas leyes (las de la memoria), he aquí, pienso, la matriz narrativa de nuestros dos autores. Ese secreto de las telas de Vermeer que nos hace ser narradores a la fuerza es parejo al misterio que desencadena el proceso narrativo en Proust.

El Argumento de Un amor Swann es bien simple. Charles Swann, un hombre rico, culto y aficionado a las mujeres, conoce a Odette de Crècy, una demie mondaine que frecuenta los salones de la burguesía adinerada con presunción de aristocracia, y de la que acaba perdidamente enamorado; la colma de regalos y le ofrece mucho dinero. Ella lo introduce en su círculo, el salón burgués de los Verdurín, ricos pero extremadamente vulgares y con pocos escrúpulos, donde Swann no se siente cómodo desde el principio. En el fondo, ellos lo desprecian por su gusto refinado y sus capacidades intelectuales, lo que le valdrá su rápida caída en desgracia y “excomunión” del “cogollito”. Pronto comienzan a llegarle rumores sobre un supuesto pasado licencioso de Odette. A esto se une el hecho de que la relación entre los amantes se ha ido enfriando tras el alejamiento de Swann del grupo. Comienza nuestro protagonista entonces a sospechar que Odette mantiene relaciones con otros hombres además de con él, lo que le deja sumido en la jauría de los celos, factor que constituye el auténtico motor de la narración: la pasión por descubrir la vida oculta de Odette (ese pedazo de tiempo perdido, fragmento puro de tiempo) opera en Swann una transformación radical de su personalidad, y la frenética investigación que emprende para resolver el enigma (la verdad, lo no percibido, lo oculto para sus sentidos, lo perdido) de Odette, funda un modelo a escala de lo que será el ciclo de A la búsqueda del tiempo perdido y ensaya la primera fórmula detectada de recuperación de la memoria sepultada.

El mismo narrador confiesa en El tiempo recobrado que Swann es el personaje catalizador del ciclo: «La materia de mi experiencia, que iba a ser la materia de mi libro, me venia de Swann...» (Tiempo recobrado, 221). Swann es el eterno aspirante a artista, ama el arte y es un gran especialista en pintura; mantiene el proyecto, siempre diferido, de escribir sobre Vermeer (a esta circunstancia tendremos que referirnos más adelante). Edwards sostiene la analogía entre el Swann atormentado por los secretos de Odette, que abandona su búsqueda artística, con el joven Proust en su continua búsqueda y experimentación antes de dar con la clave de su novela: «A pesar de moverse en su juventud en un mundo lujoso, Marcel Proust, enfermizo, judío, homosexual, partidario a contracorriente del capitán Dreyfus, se convierte de modo inevitable en un marginal, como le sucede a Swann, y eso lo lleva a captar otros mundos, o, si se quiere, un mundo que se agita por debajo de las apariencias. En todo este enorme cuadro, Charles Swann es el artista sin la obra de arte, es Proust antes de la Recherche, en la época de su exploración desesperada y al parecer infructuosa. En otras palabras, Swann es el Proust de la prehistoria, el Proust que todavía no ha encontrado la pequeña frase inicial, el tono narrativo preciso para que su obra novelesca pudiera germinar y desplegarse frente a nuestros ojos.»[15]. Swann abandona una investigación por otra, cambia la indagación sobre Vermeer por la averiguación sobre Odette. Se ve arrastrado como en un rapto a cambiar de objeto, aunque sigue siendo un buscador de la verdad, si no de la verdad artística, sí la verdad de su pasión (tanto o más fuerte que la artística); pero incluso esas escalas en el “mundo que se agita por debajo de las apariencias” acaban siendo una clave artística en el caso del narrador de la Recherche. En este sentido sí debe considerarse a Swann un precursor en toda regla, y un artista que, aunque sin obra, ha señalado el camino.

La experiencia de los celos tiene un carácter transformador para nuestro protagonista, como si de una experiencia iniciática o un rito de paso se tratara (con sus fases dramáticas y sus etapas preestablecidas), pero ya empieza a ser otro desde el momento mismo en que alcanza a comprender que está enamorado de Odette: «Se vio obligado a admitir que en aquel mismo coche que le llevaba a la chocolatería Prévost ya no era el mismo, y que tampoco estaba solo, que un ser nuevo estaba allí con él, pegado, fundido a él, alguien de quien tal vez ya no podría desembarazarse nunca más, con quien se veía obligado a tener miramientos, como con un amo o con una enfermedad. Y, no obstante, desde que advirtió que otra persona se le había agregado así, su vida le parecía más interesante» (Un amor, p. 71). Más adelante, cuando comience a interpretar el cuadro dramático de los celos, ese interés del que habla el narrador, sufrirá un desplazamiento y su vida no le parecerá interesante a Swann por ser su vida de enamorado (por ser un otro-doble), si no por estar enteramente partido en dos (como el andrógino platónico). La sed de saber sobre Odette le abrasará el espíritu hasta el extremo de considerar la vida vulgar de la vulgar cocotte (su vida oculta), como algo de lo que no puede prescindir para estar completo; la intensidad de su vida está ligada al conocimiento del secreto de Odette, esa cantidad de tiempo perdido es lo único que puede llenar a un Swann atomizado en miles de fragmentos. Vivir su vida a través de la de ella será su único alivio; él, un hombre de mundo cuya experiencia vital a priori se presume mucho más rica que la de Odette, siente a partir de determinado momento que su vida y su experiencia no valen mucho si no puede acercarse a la verdad de ella, si no puede fundirse con su experiencia. Tal es la fuerza del momento en que Swann descubre que la mujer que ama no es sino un ser imaginario, una especie de fantasma que sólo existe en su percepción y en su mente; que no concuerda con lo que ella misma y los que la rodean sienten, piensan y saben sobre ella.

Ya se han dado algunas pistas sobre el sentido en que se usa aquí la noción de “tiempo perdido”, propondremos una definición (con la ayuda de Gilles Deleuze), a modo de hipótesis de trabajo: «[...] el pasado que Proust busca en La recherche es justamente el “tiempo perdido”; y no perdido solamente en el sentido de “desperdiciado” o “derrochado” sino en el de “dejado pasar” por la percepción consciente de lo actual; el pasado cuya búsqueda se experimenta es justamente el pasado puro, el que no ha sido jamás vivido ni experimentado por la conciencia, el que nunca ha sido presente ni ha sido percibido, la mitad faltante de los objetos que se conservan en el aparato psíquico subjetivado, y que no puede ser traída voluntariamente a la conciencia»[16]. La recherche, de la que es objeto este tiempo perdido, tiene en francés una riqueza de matices a la que no suelen hacer justicia las traducciones. Nuestra “busqueda” parece hacer referencia a una revisitación ingenua o recuerdo del tiempo perdido en el sentido de lo que “pasó” y ya no está: la infancia, etc. Pero la memoria proustiana, como se acaba de señalar, es un mecanismo complejo que obedece a sus propias reglas y no cabe intuir tras ella a un sujeto dirigiendo su foco a voluntad hacia un pasado más o menos feliz que el presente. La recherche será más bien un investigación. Este sentido respeta a la vez la idea de tiempo perdido como aquello que está oculto a la conciencia, y la concepción del hecho narrativo como indagación (de aquel tiempo perdido, precisamente). Tanto la investigación científica como la inquisición detectivesca de, por ejemplo, un crimen, se nombran en francés con la palabra en cuestión[17]. Su sentido etimológico es, en efecto, el de una búsqueda, pero una búsqueda de un tipo especial: cuidadosa, metódica, ordenada; pero a la vez sujeta al tanteo, la experimentación, sin un resultado cierto ni camino seguro. Una búsqueda durante la cual tal vez sea necesario desandar el camino recorrido, volver a pasar muchas veces por un mismo lugar (re-chercher) para, al fin, reparar en algo que pasó desapercibido en tránsitos anteriores. Una búsqueda, en definitiva, concienzuda pero también un poco a ciegas en la que uno no sabe en qué momento un signo que poseemos desde el principio, va a desplegar de repente todo su significado hasta deslumbrarnos.




[12] Bozal, op. cit., p.p. 52-53

[13] Asoman aquí ya las nociones capitales de “tiempo perdido” y “tiempo puro”, de las que se hablará más adelante: “... un minuto liberado del orden del tiempo... un pedazo de tiempo en estado puro”.

[14] Jorge Edwards, “Antes y después de Swann”, Prólogo a Un amor de Swann, p. 12.

[15] Op. cit., 19. El subrayado es mío.

[16] José Luis Pardo, Deleuze: violentar el pensamiento, p.p. 35-36.

[17] La regla de oro de la novela policíaca (pensemos en un Hamett): Salvando las distancias, es posible la analogía. Cambiemos los personajes y actitudes del hampa por el ambiente de la frivolidad burguesa; la investigación criminal par la intriga pasional. El hecho es que a diferencia de la novela negra, el relato de Proust no avanza como una intriga, se limita a mostrar seres intrigados (a menudo en su confrontación con seres intrigantes). No existe un progreso de la acción basado en un desvelamiento progresivo de circunstancias pasionales, el único argumento es la revelación, mediante una secuencia de imágenes, de un sujeto plural en el tiempo, y la fascinación provocada en el narrador.

5 comentarios:

safrika señorita dijo...

Me gustaban, y me siguen gustando (casi) todas las cosas que haces. Y entre todas las cosas por las que me enamoré (tontamente) de ti estaba también este ensayo. Aunque me aburriera como una ostra leyéndolo nunca pude dejar de sentirme orgullosa y fardar de novio escritor de ensayos. Pero claro es que yo era (y soy) una profana.
: ))

Yo también te quiero.
¡Feo!

Anónimo dijo...

MIra, Mariano, si hay que leer se lee, pero leer pa ná es tonteria. Es que con la hora que es me hace mas tilín una caballa que me espera en la nevera. Que conste que admiro que seas capaz de poner tantisimas letras juntas unas detras de otras !y seguro que son sus acentos y todo¡ Lo dicho, otro dia será. Besitos y a seguir tecleando. auxi

Anónimo dijo...

Pues a mí, querido anónimo, este texto me ha parecido de una excelencia casi insultante. No me enamoraré de su autor, desde luego, pero sí debo reconocer que con este "ensayo" se ha ganado un hueco en mi lista de "favoritos" y una visita diaria desde mi triste butaca de oficinista acomodado, del mismo modo que otros buscan textos llenísimos de "contenido" en los editoriales de El País o en la narrativa líneal de algunos grandes "prodigios" de la novela contemporánea.

Por lo demás, aquí sigo con el ensayo sobre la relación entre Foucault y Agamben, y también con unos buenos textos de Roberto Esposito. Mi opinión sobre todo ello, en breve...

qadistu dijo...

hola
muy potito, a ver si te promocionas la serie que estás haciendo en mesetas, que tu diario está tan solo... jeje

qué importante la literatura, qué bonito el de deleuze de "Proust y los signos"... y blablabla
(Iván el cualquiera de mesetas, hasta el gorro.)

Mariano Cruz dijo...

Ivancito: siempre es una alegría ver que te dejas caer por aquí. No quise poner en un principio en ensayo en Mesetas por parecerme demasiado "ligerito" para allí. Pero creo que me gustaría publicarlo entero una vez termine aquñi la publicación por entregas. ¿Qué te parece?