miércoles, 4 de abril de 2012

Un día como otro cualquiera


La postmodernidad es un concepto que aplicado a la arquitectura ha dado quizá buenos resultados. Pero con el asunto de los metarrelatos las cosas comenzaron a torcerse. Ha sido a la vez la solución a todos los problemas y la confusión máxima. Pero sobre todo ha sido índice de una soberbia infinita. Tan soberbio es elaborar un concepto progresista de la historia como pretender que ese progreso ha llegado a su meta. Aquí llegó el clásico asunto del fin de las cosas: el fin del arte, de la novela, de la filosofía, de la pintura, el Útimo Hombre, etc. Es el típico discurso de los mediocres. Mientras tanto otros se aplicaban a seguir trabajando y escribiendo. La koiné posmoderna ha dado cosas positivas sin duda (el cuestionamiento de la idea de progreso histórico, fuere cual fuere la historia de la que se hablaba) otra cosa son los medios y las maneras en que se ha hecho. En la filosofía contemporánea no hizo más que instalar el reino de la confusion (véase el ejemplo de la metafísica). El gran problema no era la metafísica sino la representación, que no es más que un tipo de metafísica, tal vez hegemónica, pero no única, que ha recibido la crítica más demoledora, no precisamente de los adalides de la postmodernidad, sino de aquellos que nunca quisieron ser cómplices en la gran ceremonia de la soberbia intelectual contemporánea. Foucault, preguntado por el asunto de la posmodernidad en una entrevista publicada en numerosos lugares con el título "Estructuralismo y postestructuralismo" sale al paso de estos temas con su conocida frase "hoy es un día cualquiera", no somos los primeros ni los últimos, esto ni es un principio ni un final. Todo lo demás es vanidad de vanidades. No somos tan importantes.

Siempre estaremos en medio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bien escribes Mariano! :)
Estoy de acuerdo con los dos, contigo con Foucault

Yashir.