«Cuando el apache toma el camino de la guerra todo cambia -su conciencia se vuelve aun más escrupulosa, su modo de sentir el peso de la vida es distinto: está en guerra. Cabalga de otro modo y de otro modo escoge los senderos. Es como si fuera otro. Habita la mirada de otra forma y de otra forma escoge las palabras que nombran lo que ahora tiene importancia. El rayo anuncia lo que aun se debe cumplir y el trueno lo que ya ha pasado -pero él debe conocer ese instante preciso en el que hay que gritar: Ahora. Así lo explica el jefe Gerónimo.
«El apache, para que se le admita como guerrero, tiene que haber ido cuatro veces distintas por el sendero de la guerra con los de su tribu. Y durante esas cuatro guerras está severamente obligado: pero, de entre todas sus obligaciones, la más importante es conocer los nombres sagrados de todas cuantas cosas tienen que ver con la guerra. Eso explica el jefe Gerónimo. Que para poder hacer la guerra debe saber cerrar el puño alrededor del nombre secreto de cada cosa, y armarse de este modo con su poder para enfrentarse al ignorante. Eso sabe el apache acerca de lo que el blanco llama poesía: sabe lo que saben quienes cabalgan con ella, con calma, como una fuerza tranquila que avanza a pecho descubierto.»
Miguel Morey, Deseo de ser piel roja, Anagrama, Barcelona, 1994, p.p 35-36.
«Para un buen número de tribus de América del Norte, el prestigio social de un individuo está determinado por las circunstancias que rodean ciertas pruebas a las cuales los adolescentes deben someterse en la pubertad. Algunos se abandonan sin alimento en una balsa solitaria; otros van a buscar aislamiento en la montaña, expuestos a las fieras, al frío y a la lluvia. Durante días, semanas o meses, según el caso, se privan de comer, toman sólo productos salvajes o ayunan largos periodos, y has agravan su quebrantamiento fisiológico con el uso de vomitivos. Todo es un pretexto para provocar el más allá: baños helados y prolongados, mutilaciones voluntarias de una o varias falanges, desgarramiento de las aponeurosis mediante la inserción de clavijas puntiagudas bajo los músculos dorsales, atadas con cuerdas a pesados fardos que intentan arrastrar. Si no llegan a tales extremos, por lo menos se agotan en trabajos gratuitos: depilación del cuerpo pelo por pelo, o de ramajes de pino hasta despojarlos de todas sus espinas, ahuecamiento de bloques de piedra, etc.
«En el estado de embotamiento, de debilidad o de delirio en que los dejan estas pruebas y ejercicios, esperan encontrar comunicación con el mundo sobrenatural. Conmovido por la intensidad de sus sufrimientos y plegarias, un animal mágico se verá forzado a aparecérseles; una visión les revelará al que desde ese momento será su espíritu guardián, así como el nombre por el cual serán conocidos y el poder particular otorgado por su protector, que les concederá privilegios y rangos en el seno del grupo social.
«¿Se dirá que estos indígenas nada tienen que esperar de la sociedad? Instituciones y hábitos les parecen iguales a un mecanismo cuyo funcionamiento monótono no deja lugar al azar, a la fortuna o al talento. El único medio de forzar la suerte sería arriesgarse en esas fronteras peligrosas donde las normas sociales dejan de tener un sentido al mismo tiempo que las garantías y las exigencias del grupo se desvanecen: ir hasta los límites de lo civilizado, de la resistencia fisiológica o del sufrimiento físico y moral. Pues es sobre este borde inestable donde se exponen a caer, ya sea del otro lado para no volver o, por el contrario, a captar, en el inmenso océano de inexploradas fueras que rodea a una humanidad bien regulada, una provisión personal de poder, gracias a la cual será revocado un orden social, de otra manera inmutable, en favor de temerario.
«Con todo, esa interpretación aún parece superficial. Pues en esas tribus de las praderas o de la meseta norteamericana no se trata de creencias individuales que se opongan a una doctrina colectiva. La dialéctica completa depende de los hábitos y de la filosofía del grupo. Del grupo aprenden su lección los individuos; la creencia en los espíritus guardianes es un hecho del grupo, y la sociedad toda entera es la que señala a sus miembros que para ellos no existe oportunidad alguna en el seno del orden social, si no es al precio de una tentativa absurda y desesperada para salir de él.»
C. Lévi-Strauss, Tristes trópicos, p. p. 43-44, Paidós, Barcelona, 2002
1 comentario:
Ese libro de ahí arriba me lo regalaste.
Estado de sitio.
Publicar un comentario