La tarjeta postal puede ser realmente una obra de arte, pero en el caso que nos ocupa la obra de arte no es la postal en sí, sino la actitud del artista al enviarlas. En este caso es la vida del artista la que es una obra de arte, cualquier acción cotidiana es un fragmento de arte; puede ser enviar unas postales, pero también enlatar un poco de mierda. ¿Quién declara artista al sujeto? ¿Tal vez quien paga? ¿Quién pone en marcha la maquinaria mediática que lo publicita? El artista comtemporáneo parace la versión profana del hombre sagrado de las antiguas religiones. Todo lo que toca el hombre sagrado se vuelve inmediatamente santo, todo lo que hace queda bendecido, aunque sea el acto más trivial, es automáticamente arte y, así mismo, también dinero. Se juntan el artista y el hombre de negocios. Pero el hombre de negocios es como el santo laico. Nos acercamos a la idea benjaminiana del "capitalismo como religión": la versión profana del hombre sagrado es el hombre de negocios, y la versión más depurada del hombre de negocios es el artista, pues cualquier gesto suyo, en tanto que arte, es ya mercanciá también. Mira como se forma un hombre sagrado y sabrás cómo se origina un artista. Y, por supuesto, un hombre de negocios.
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